sábado, 3 de noviembre de 2012

El perdón a mis pecados (por Germán Zamorano)



La mente se me escapa, y no quiero correr tras ella. Mejor que sea feliz, ya que puede serlo, mientras yo me sigo consumiendo en mis miserias. Cuando se ha marchado  -la mente, digo- una parte de mí se queda aún más vacía; pero otra parte, la que ya no está conmigo, puede seguir soñando, y aunque sueñe a años luz de distancia, algo de ese calor que irradia viene a calentar mi parte más oscura. Por unos momentos, las penas se olvidan, y vuelvo a creer que todo puede ir bien, que al otro lado del cristal se extiende un amplio valle, rodeado de montañas vigorosas de cumbres escarpadas y surcado por un río de aguas cantarinas con peces plateados. Y también hay un bosque, uno de esos frondosos de hojas color verde vivo que se tornan rojas, naranjas y amarillas cuando llega el otoño. Y pájaros, pájaros de colores que pían alegres entre sus ramas y salpican en el agua cuando van a refrescarse. Es mi refugio. Tú también estás allí, en la casita de madera, al otro lado del puente, junto al río, junto al bosque, al pie de las montañas. Sin embargo, nunca he querido cruzarlo, ni llamar a la puerta; me basta con saber que estás allí, que te tengo cerca, y así puedo imaginarte leyendo junto al fuego, untando chocolate a las galletas o sentada frente al piano tocando alguna melodía con sabor a siglos pasados. Ya ves con qué poco me conformo. Pero esto no dura siempre, y la mente regresa para volver a fastidiarme, hurgando en las heridas del pasado, escarbando en los recuerdos, limpiando el óxido de viejos goznes que mantienen cerradas las puertas de tiempos mejores. Y entonces me noto muy pesado, y triste, y cansado. Y al otro lado del cristal sólo hay una densa niebla gris que engulle los edificios enmohecidos y empapa a los transeúntes que caminan encorvados envueltos en abrigos raídos. Mi dedo repasa los títulos de los libros encuadernados en cuero que cogen polvo en las estanterías, pero mis ojos no leen. Ya no encuentro placer en las palabras, ni en las bellas historias que otros han escrito. Y con paso lento camino hasta el armario, donde el amigo fiel me espera. Y el sabor amargo del whisky barato me abre las puertas de un mundo aún más oscuro y frío, un mundo en blanco y negro, sin valles, ni montañas, ni pájaros, ni río; un mundo aún más gris que los días en que habito. Pero sé que al despertar, la mente volverá a marcharse, y por unos momentos volveré a mi valle y junto a ti. Y a lo mejor, esta vez, mis pies cedan al anhelo de tenerte entre mis brazos, y se atrevan a cruzar al otro lado, y no tiemble mi mano al llamar a tu puerta, y mis ojos lean en los tuyos el perdón a mis pecados.

(c) Germán Zamorano

2 comentarios:

  1. La redención es una hermosa palabra, y una idea poderosa. aquí se refleja bien.

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  2. Di que Germán es un berzotas, pero tiene una forma de escribir magnífica; este relato a mí me hechizó en cuanto lo leí... :)

    Un beso, Explorador :***

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