La mente
se me escapa, y no quiero correr tras ella. Mejor que sea feliz, ya que puede
serlo, mientras yo me sigo consumiendo en mis miserias. Cuando se ha
marchado -la mente, digo- una parte de
mí se queda aún más vacía; pero otra parte, la que ya no está conmigo, puede
seguir soñando, y aunque sueñe a años luz de distancia, algo de ese calor que
irradia viene a calentar mi parte más oscura. Por unos momentos, las penas se
olvidan, y vuelvo a creer que todo puede ir bien, que al otro lado del cristal
se extiende un amplio valle, rodeado de montañas vigorosas de cumbres
escarpadas y surcado por un río de aguas cantarinas con peces plateados. Y
también hay un bosque, uno de esos frondosos de hojas color verde vivo que se
tornan rojas, naranjas y amarillas cuando llega el otoño. Y pájaros, pájaros de
colores que pían alegres entre sus ramas y salpican en el agua cuando van a
refrescarse. Es mi refugio. Tú también estás allí, en la casita de madera, al
otro lado del puente, junto al río, junto al bosque, al pie de las montañas.
Sin embargo, nunca he querido cruzarlo, ni llamar a la puerta; me basta con
saber que estás allí, que te tengo cerca, y así puedo imaginarte leyendo junto
al fuego, untando chocolate a las galletas o sentada frente al piano tocando
alguna melodía con sabor a siglos pasados. Ya ves con qué poco me conformo.
Pero esto no dura siempre, y la mente regresa para volver a fastidiarme,
hurgando en las heridas del pasado, escarbando en los recuerdos, limpiando el
óxido de viejos goznes que mantienen cerradas las puertas de tiempos mejores. Y
entonces me noto muy pesado, y triste, y cansado. Y al otro lado del cristal
sólo hay una densa niebla gris que engulle los edificios enmohecidos y empapa a
los transeúntes que caminan encorvados envueltos en abrigos raídos. Mi dedo
repasa los títulos de los libros encuadernados en cuero que cogen polvo en las
estanterías, pero mis ojos no leen. Ya no encuentro placer en las palabras, ni
en las bellas historias que otros han escrito. Y con paso lento camino hasta el
armario, donde el amigo fiel me espera. Y el sabor amargo del whisky barato me
abre las puertas de un mundo aún más oscuro y frío, un mundo en blanco y negro,
sin valles, ni montañas, ni pájaros, ni río; un mundo aún más gris que los días
en que habito. Pero sé que al despertar, la mente volverá a marcharse, y por
unos momentos volveré a mi valle y junto a ti. Y a lo mejor, esta vez, mis pies
cedan al anhelo de tenerte entre mis brazos, y se atrevan a cruzar al otro
lado, y no tiemble mi mano al llamar a tu puerta, y mis ojos lean en los tuyos
el perdón a mis pecados.
(c) Germán Zamorano
La redención es una hermosa palabra, y una idea poderosa. aquí se refleja bien.
ResponderEliminarDi que Germán es un berzotas, pero tiene una forma de escribir magnífica; este relato a mí me hechizó en cuanto lo leí... :)
ResponderEliminarUn beso, Explorador :***