domingo, 26 de agosto de 2012

Recordad

Recordad todo lo que un día fui,
Una vida de cuerpo ardiente,
Una lluvia de bien impenitente,
Un escudo frente al mal baladí.

Recordad lo que me permití soñar,
Un mundo de luz sin temores,
Un cosmos de bien sin rencores,
El hombre que sin trabas se deja amar.

Recordad lo que un día quise ver,
El alma erigida en un trono de soles,
De fe y de bondad, de puros amores,
De obras y anhelos, del bello querer.

(c) Irene Sanz

domingo, 19 de agosto de 2012

Un sueño

Una tibia mañana de principios de junio desperté con la curiosa sensación de haber hecho un viaje largo en mitad de la inconsciencia. Y no me equivocaba, puesto que, al abrir los párpados y mirar a mi alrededor, una legión de hayas cobrizas parecía querer engullirme. Sus altas ramas se inclinaban sobre mí formando una bonita pero inquietante bóveda de crucería. 
Poco me hubiera sorprendido aquel lugar de no haber sido por los grandes ojos glaucos que me observaban desde los rugosos troncos de los árboles. Unos me miraban intrigados, y otros con desconfianza. Como siempre he sido una persona muy educada me faltó tiempo para ponerme en pie a toda prisa, hacer una especie de reverencia ante el haya más cercana, y saludar con voz temblorosa, ignorando si tendría una contestación evidente.
-Buenos días.
Tal y como sospechaba, nadie me respondió, y eso llegó a inquietarme sobremanera. El silencio de aquel bosque inmerso en la niebla era abrumador. 
De pronto, viniendo de todas partes y de ninguna a la vez, comencé a escuchar un cántico. Varias voces a coro, etéreas e irreales, cantaban una especie de nana, de la que solamente pude oír una parte:

¡Oh, Luna, que en las noches de primavera
haces de guía, constante y certera, 
que sumerges las mentes en fantasías,
y haces de las sombras mediodías!

Al mirar a mi derecha y encontrar un arroyo flanqueado por altos cañaverales vi al otro lado una fantasmal comitiva de damas blancas. Algunas sostenían laúdes y otras tocaban flautas. Muchas de ellas simplemente cantaban. Sus livianos vestidos blancos y azules flotaban en el aire como si estuvieran inmersos en agua, y una luz pálida, como de nácar, les inundaba.
Una de aquellas damas, de largos cabellos marfileños y mirada clara, me encontró, sonrió y dijo, con una voz parecida a la de la brisa entre los pinos:
-¡Amigas! Una Hija del Sol pasea esta noche al amparo de la Luna. ¡Ha cruzado las Puertas de la Fantasía!
Cuando me cogió de la mano sentí una especie de descarga eléctrica por todo el cuerpo. La etérea comitiva me rodeó y comenzó a cantar. Yo disfruté como nunca. Y canté y bailé con ellas, como una más.
Por la mañana, al despertar de nuevo en mi cama, me di cuenta de que los sueños, por efímeros que sean, iluminan la vida y alegran el corazón con dulces melodías.

(c) Irene Sanz

domingo, 12 de agosto de 2012

Carmesí

La blanca luz del mediodía entraba por la ventana abierta y cubría los muebles con un fino manto de apariencia gaseosa. 
Tenía las palmas de las manos agrietadas y doloridas tras toda una mañana de lavados en el canal. A lo lejos se oían los sonidos del mar. El intenso olor a humedad y a algas en el puerto era uno de sus recuerdos más tempranos. Ignoraba si se trataba de un recuerdo dulce o amargo. Sus pensamientos volaban lejos de allí mientras la plancha, casi al rojo vivo, transitaba sobre las marfileñas sábanas de lino y conseguía sonrosar sus pálidas mejillas. Los ojos de su mente veían un navío hendiendo unas espumosas aguas blanquecinas, cuando en realidad era la plancha surcando los pliegues de las sábanas. Oía en su cabeza el bramido del mar y el estruendo de una tormenta incognoscible. Se trataba de la tetera anunciando el té recién hecho y unas legumbres cociéndose en la cazuela.
El acelerado chismorreo de un par de gorriones peleando por unas migajas de pan en el alféizar de la ventana hizo que abandonase sus ensoñaciones. Dejó la plancha junto a las sábanas y se asomó a la calle.
En ocasiones, cuando no tenía nada que hacer, se sentaba junto a aquella ventana y se dejaba arrullar por el zumbido de los abejorros entre la enredadera. Aquel día ni los cantos de los pájaros conseguían evadirla de sus obligaciones. Y sin embargo una tempestad marina solo existente en el mundo de su cerebro hacía que el planchado se volviese menos tedioso.
Algo revoloteó ante sus ojos: una pequeña mariposa de alas color carmesí.
Suerte tienes, pensó, que aun de vida corta consigues alcanzar el cielo y mirar a la tierra desde las nubes.
La mariposa aleteó junto a ella como si pretendiese llamar su atención. Durante un somero instante pareció evocar un corazón suspendido en el aire. Una voz masculina la llamó por su nombre desde la calle. Se puso de puntillas, desvió la mirada hacia abajo y sonrió. Las fantasías volvieron a dormirse en el desván de su cabeza.
El amor se asemeja a una mariposa que, callada y cambiante, nos saca de un sueño sin vida y nos sumerge en otro vivo.

(c) Irene Sanz

sábado, 4 de agosto de 2012

Maldita mujer

La luna callada,
de plata vestida,
al mundo lo tinta
de blanco sin vida.
Marinos aromas,
cansados arrullos,
al amor le llama
en fatuos susurros.
Hastiado y silente,
le puede el sollozo,
añora unos brazos
amados y ardientes.
Anhela unos besos
jamás antes dados,
los besos sinceros
por siempre acabados.
Soñada mujer,
eterna su amada,
a veces odiada,
por siempre sin ver.
Y llora y musita:
"Maldita mi suerte."
Pues esa es su muerte,
el alma que grita:
"Maldita mujer,
que nunca viniste,
que a mí me perdiste
en eterno querer."

(c) Irene Sanz