viernes, 25 de enero de 2013

¡Hasta nunca!

La casa se asemeja a una bestia salvaje y demencial, a un odioso Leviatán que, hambriento, reclama corazones que aún laten y almas que aún logran refulgir. Las habitaciones están oscuras, y flota en ellas un hediondo olor a carne calcinada, mordiente aroma que la Parca desprende cuando se halla deseosa de cercenar vidas y caminos. Los pasillos, angostos y gélidos, juguetean conmigo y me hunden aún más en las pútridas entrañas de la mansión. Sombras insaciables me siguen el rastro sin descanso ni tregua, y huyo para salir de aquí, con quemazón en los pulmones y colapso en mi corazón tras una carrera frenética. Mis pies desnudos sangran con profusión, tintando de carmesí el chirriante suelo de madera. Pero nada me importa, salvo alejarme de las sombras, esas malditas sombras que constriñen mi garganta y dañan mis oídos con la impiedad de sus agudos alaridos. ¡Sombras infernales, dejadme! ¡Olvidadme!
La sinfonía de gritos sin boca se convierte en una tempestad de risas burlonas. Los demonios se ríen de mí. ¡Se ríen de mí! ¡Estoy indefensa! ¡Sola! ¡Sola! ¡Y lloro! ¡Lloro de terror, de desesperación, de tristeza! ¡Malditas sombras! ¡Malditos miedos!
Todo es oscuridad, un infierno insomne y desatado en la noche, aullidos dementes que exigen una muerte violenta, la mía. Ya no puedo aguantar más. ¡No puedo aguantar más!
La ventana ovalada del final del pasillo parece entonar un irresistible canto de sirena. ¡La luz de la luna me llama! ¡Abrázame con tu azul pálido, luna creciente de invierno! ¡Líbrame del mortal beso de las sombras! ¿Quieres que vaya! ¡Iré! ¿Quieres que abra la ventana? ¡La abriré! ¿Quieres que salte? ¡Saltaré! ¡Y caigo! ¡Por fin caigo! ¡Ah, libertad! ¡Orgásmica libertad! ¡Adiós, sombras malditas! ¡Adiós! ¡Hasta nunca!

(c) Irene Sanz

martes, 15 de enero de 2013

Seré la almohada que te regale los mejores sueños

Cascada de sensaciones en un mismo hechizo,
arrullos bajo la luna, el fuego del renacer,
cavernas que el amor esconden,
lanza en ristre que busca el placer,
pliegues saboreados, el mejor paraíso.

Seré la almohada que te regale los mejores sueños.

Atávica fusión de dos almas en una,
nocturna melodía, cadencia entre dos,
pieles que rezuman perfumes ardientes,
labios que se juntan en un mismo dulzor,
ojos que se besan con ansiosa ternura.

Seré la almohada que te regale los mejores sueños.

 Placeres humanos, el mundo olvidado,
gritos en la noche, dormida razón,
leche y miel cual néctar y simiente,
quejidos de cama que hablan de pasión,
mágica danza de dos cuerpos tumbados.

Seré la almohada que te regale los mejores sueños.

(c) Irene Sanz

martes, 8 de enero de 2013

Olivia Dunsterville (5)

Acuarela nº 5: Los chicos que se despertaron al día siguiente

 -¡Estoy escuchando música, Olivia! ¡La oigo! -anunció Viktor, entusiasmado.
-¡Muy bien, muchacho! -le felicitó Kornbock, que revoloteaba entre las oscuras mariposas y producía con el fuerte batir de sus alas su propia música.
-Cada sonido de este mundo, Viktor, es una nota, y cada grupo de notas es un acorde. Cada grupo de acordes es una melodía, y esa es la melodía que hacen todas las cosas de este mundo -resumió Ellyllon, tan satisfecha como Kornbock, jugueteando a la vez desde las polvorientas alturas con el codiciado lóbulo.
-¡Ya lo entiendo! -dijo Viktor, el corazón acelerado, la sonrisa radiante. Fue entonces cuando Fossengrim, junto a Ellyllon, clavó sus diminutos ojillos en Olivia. 
-Ahora es tu turno, niña -anunció. La muchacha frunció el ceño, extrañándose.
-Yo no puedo contar tantas mariposas -negó, encogiéndose de hombros mientras sobre su cabeza la curiosa sinfonía de las mariposas seguía imparable su curso.
-No es eso lo que debes aprender hoy -dijo Fossengrim.
-¿Y qué tengo que aprender?
-Si tú no puedes, deberás ser humilde y pedir ayuda a quien sepa hacerlo, como ya te dije.
Olivia desvió la mirada hacia Viktor, que continuaba extasiado con la música que los envolvía. Tragando saliva y carraspeando, se acercó a él con una tímida sonrisa perfilada en sus labios mutilados.
-Viktor, por favor, ¿podrías decirme cuántas mariposas hay aquí?
El chico la miró a ella durante un momento, sonriéndola con igual ternura.
-Eso es fácil. Hay trescientas doce.
Fossengrim, Ellyllon y Kornbock estallaron en carcajadas de triunfo casi a la par que Telfusa. Las risas inundaron el castillo de Dunsterville e hicieron desaparecer a las sombras que hasta entonces habían dominado cada pasillo y cada estancia.
-¡Os los habéis ganado! -gritó Kornbock. Ellyllon soltó el lóbulo y Fossengrim el labio, que cayeron sobre los muchachos en mitad de la inquieta nube de mariposas. Todo, así, se iluminó de blanco perla. Y ya no pudieron ver nada más.
*
-¡Chicos! ¡A levantarse! Hay que ir al cole -dijo mamá con dulzura mientras el estruendo del despertador se esforzaba inútilmente en levantarnos de la cama. Miré a mi hermano Viktor, en su cama junto a la mía. Estaba tan adormilado como yo. En esos instantes aún pude escuchar la voz de Kornbock en mi cabeza diciéndome:
-¡No te olvides de dar las gracias, Olivia!

FIN

(c) Irene Sanz