domingo, 17 de junio de 2012

Historias de la guerra: sobre Inglaterra (por Germán Zamorano)


-¿Por qué no me lo quieres contar, abuelo?
-Porque no hay nada que contar, Isaac.
-Pero tú eres un héroe.
-¿Quién te ha dicho eso? Bueno, mejor no me lo cuentes. No quiero saberlo.
-Me lo ha dicho el tío.
-Te dije que no quería saberlo. Tu tío tiene la lengua demasiado larga.
-¿Me lo vas a contar?
-Ya te he dicho que no tengo nada que contarte.
-Pero el tío me ha dicho que tú luchaste en la guerra, y que te enfrentaste…
-No hay nada de heroico en la guerra, Isaac. La guerra siempre es un error. No deberían de existir las guerras.
-Pero, abuelo…
-Verás, hijo, cuando despegábamos nunca sabíamos qué iba a ocurrir. Yo era un poco mayor que tú, y tenía miedo.
-¿De qué tenías miedo? Los guerreros nunca tienen miedo.
-Sí que lo tienen, Isaac. Solo los temerarios no tienen miedo. Cuando despegabas nunca sabías si ibas a volver a aterrizar. Podían ocurrir muchas cosas, y estábamos muy cansados. Conocí a muchos pilotos que no fueron tan afortunados como yo. Al principio creían que todo iba a ser fácil, pero los ingleses no nos lo pusieron sencillo, pelearon con bravura por defenderse, y la batalla duró más de lo previsto. Había que invadir Inglaterra a toda costa, pero para eso, primero teníamos que acabar con su fuerza aérea. En Polonia y en Francia las cosas fueron bien, pero no sucedió lo mismo en Inglaterra. Salíamos al ocultarse el sol y volábamos sobre el Canal hasta llegar a las playas. Entonces nos disparaban…
-¿Te disparaban, abuelo? –pero el abuelo ya no escucha. Tiene la mirada perdida, y una noche de humo y fuego desplegada ante sus ojos.

-Teníamos que escoltar a los bombarderos, no podíamos subir demasiado, ni ir muy rápido, lo que nos ponía en desventaja. En el combate aéreo, la altitud y la velocidad son cruciales. Cuando llegábamos, caían sobre nosotros como abejas enfurecidas. Entonces, sonaban las sirenas antiaéreas y la macabra sinfonía de las bombas que seguía al zumbido de la aviación, un enjambre despiadado que anunciaba una tormenta de silbidos y explosiones a la que se unían el fuego y los escombros. Londres era pasto de las llamas. Los almacenes y los edificios situados junto al río ardían proyectando su ígneo resplandor sobre las aguas que fluían mansas en la noche. Aquí y allá podían verse focos de fuego donde las bombas incendiarias, lanzadas por nuestros bombarderos, habían impactado causando estragos en la capital inglesa. Parecía de día. Las llamas iluminaban con tanta intensidad, reflejándose en las nubes, que a veces parecía que el sol hubiese saltado de repente la línea del horizonte para ser testigo de la estupidez de los hombres… Veinte minutos, veinte largos minutos… Los cazas no tenían autonomía para mucho más. Nuestro esfuerzo se concentraba en aguantar ese tiempo, dar cobertura a los bombarderos mientras maniobrabas para evitar ser derribado y no chocar el aire, y después, poner rumbo al sur y tratar de alejarte de aquel infierno. Si lograbas regresar, permanecías en la pista, esperando, esperando a que aterrizase el último de los nuestros. Y luego… luego contabas a todos los que no lo habían conseguido.
Isaac tiene los ojos llenos de lágrimas. El abuelo lo abraza.
-¿Ves? No hay nada de heroico en la guerra, hijo.
 (c) Germán Zamorano




6 comentarios:

  1. Jo, la guerra.... Buen relato mi Ire, muy bueno!! Te voy a contar una cosa curiosa: Mi padre estubo en ella, era un niño, no a contado mucho, aparte que de vez en cuando había bombas, y que pasaron hambre, sin embargo, los platanos núnca faltaron, de donde salian y venian? Quien sabe, pero era casi de lo único que comian.... :)

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    1. ¡Vaya, qué curioso lo de los plátanos, Cleo! Tu padre seguro que lo cuenta como una anécdota reseñable, siendo tan pequeño no me extraña que se le quedase clavado lo de los plátanos... La verdad es que la reflexión de Germán sobre la guerra es muy acertada: no hay nada de heroico en la batalla, solo hay perdedores... Gracias, guapa!!! :)

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  2. Muy buena reflexión, en la guerra nadie gana, todos pierden. Es una lección que aún el hombre no acaba de aprender. No existe el enemigo, pues todos somos iguales. Y por supuesto, no hay nada heroico en ello! Por ejemplo, en la 1ª GM muchos hombres se vieron obligados a matar a sus propios amigos, ingleses o alemanes.

    Cleo, curioso lo de los plátanos!!!

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    1. Así es, Juan, da igual el tiempo que pase, o las terribles pérdidas que hay en cada contienda: el ser humano no aprende nunca, y cae una y otra vez en el mismo pozo, tropieza eternamente con la misma piedra... Una lástima...

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  3. ¡Esa es la gran realidad! Es una gran reflexión Germán. No hay ningún motivo lo suficientemente fuerte para llegar a la violencia, y menos aún claro, a una guerra… Desgraciadamente seguimos pagando los de a pie las decisiones de esos criminales que son capaces de llevar a un pueblo a una guerra, o a la situación mundial en la que actualmente estamos inmersos todos. Un abrazo

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    1. Exacto, Víctor. Una guerra nunca está justificada por cosa alguna, la violencia es solo fruto de más violencia previa y de la carencia de entendimiento y empatía. El problema es ese, que el ser humano trabajador y honrado paga las consecuencias de la soberbia de los grandes...

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