lunes, 3 de diciembre de 2012

Olivia Dunsterville

Acuarela nº 1: La chica que no podía contar mariposas

Una fría mañana de otoño el sol, exangüe en el triste cielo plomizo, parecía no querer abandonar la algodonosa protección de los nubarrones que anunciaban tormenta. Olivia había despertado entre las mantas de su cama con la boca arenosa y una incordiante sensación de carencia constriñendo su estómago. Se puso en pie y zamarreó la cabeza con la intención, tal vez infausta, de sacarse del cerebro aquella molestia sin origen definido.
-Buenos días, Olivia -saludó con voz estridente una peluda tarántula a sus pies, mirándola desde el chirriante suelo entarimado con sus diminutos ojillos de color carmesí.
-Buenos días, Astaroth.- Se llevó las manos a los revueltos cabellos y, al mirarse en el espejo, descubrió con horror que le faltaba un pedazo considerable del labio inferior-. ¡Oh, Fossengrim! ¡Maldita rata ladrona!
La gran araña Astaroth se extravió bajo la cama a toda velocidad, como temiendo una tempestad de improperios. Olivia abrió la puerta de su cuarto de un violento tirón, atravesó a paso raudo el tortuoso pasillo que llevaba al zaguán del castillo, y poco después echó a correr escaleras arriba. El tétrico retrato de una dama de rostro rubicundo la miró desde el apulgarado lienzo de la pared, interrogándola con los ojos.
-¡Odio que esa rata me robe trozos del cuerpo mientras duermo! ¿Es que no se da cuenta de que ya no soy una niña? ¡Esos juegos ya no hacen ninguna gracia!
Ascendió escalón por escalón hasta llegar a un polvoriento desván con un fuerte olor a rancio, donde un auténtico batallón de antiguos juguetes parecía aún esperar la llegada de unos niños que jugaran con ellos.
-¡Fossengrim! ¡Devuélveme mi pedazo de labio ahora mismo! -gritó Olivia, de muy mal humor. Un gastado caballito de madera que había junto a ella tembló de miedo al escuchar su tremendo alarido. La rata blanca, subida a una de las vigas del techo, mostró el trozo de labio de Olivia entre sus amarillentos dientecitos y dejó escapar una risa maquiavélica.
-¡Tienes que contar las mariposas! -indicó con su vocecilla impertinente desde las alturas. A los pies de Olivia se abrió, de improviso, un alargado arcón de marquetería oscura, y de sus entrañas salió una densa nube de mariposas inquietas y asustadizas, más negras que la propia noche, sumiendo el desván en unas curiosas tinieblas.
-¡Son demasiadas! ¡No puedo contar todas! -se quejó Olivia. Fossengrim se carcajeó de nuevo, aquella vez con más sorna y menos vergüenza.
-Entonces tendrás que buscar a quien pueda hacerlo -dijo, guiñando un ojo y desapareciendo poco después entre las sombras del laberíntico techo. Y Olivia dejó escapar un fuerte resoplido de indignación.

(c) Irene Sanz

2 comentarios:

  1. muy interesante y original tu relato, me gusta como nos describes este mundo un tanto gótico con una naturalidad lúdica, excelente trabajo :) xoxo, eliz

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    1. Muchas gracias, Eliz!!!! Las acuarelas siguientes las iré publicando en días sucesivos acerca de esta muchachita. A ver qué puede ir contándome. :))) Un saludo :D

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