Hospital de
Wakefield, Massachusetts, marzo de 1919
Creo
que llevas demasiado tiempo preocupado por mí. Lo sé por ese montón de cartas
que se han acumulado en el recibidor de la casa. Acabo de leerlas, el enfermero
me las trajo esta mañana.
Cuando
en nuestro último encuentro me relataste esa increíble historia del viejo
asesino, no pude resistir la tentación de ir a la escena y contemplar por mí
mismo el lugar de los hechos. Estuve en la gasolinera donde esa carretera,
castigada por el tiempo, se divide en dos, y el empleado me aconsejó que no
tomase la dirección que un mes antes tú habías escogido. La leyenda está muy
presente en la comarca, y los vecinos apenas se atreven a acercase a las
inmediaciones de las ruinas o a adentrarse en los bosques cuando el sol se
pone. No te imaginas lo impresionante del paisaje a la luz de la luna. Las
sombras de los árboles cenicientos que crecen tras cruzar el túnel se vuelven
sobrecogedoras...
La
noche era fresca, y Orión se dibujaba desafiante en un cielo cuajado de estrellas.
Entonces, se levantó un aire espantoso y la oscuridad cayó sobre los bosques
como una bocanada surgida de las entrañas de la tierra. Aparecieron delgadas
nubes, que parecían jirones de algodón empapados de agua, que ocultaron la luna
tras su denso cortinaje, y una niebla espesa ocultó las formas haciendo que
todo quedase convertido en un inmenso lienzo gris. Los faros del coche apenas
iluminaban la carretera. Pensé que lo mejor sería parar y dormir hasta la
mañana. Desperté sobresaltado cuando escuché el ruido del motor. Un coche se
aproximaba. Toqué el claxon para llamar su atención. La niebla se había vuelto
menos densa, y a lo lejos vi los faros que se aproximaban. Salí a parar al conductor, sin embargo temblé
hasta caerme de rodillas cuando al pasar junto a mí vi que eras tú quien
conducías… ni siquiera recaíste en mi presencia.

Desperté
en esta cama, en el hospital de Wakefield. Tenía las manos y la cara vendadas.
Me dijeron que había sufrido un accidente con el coche, que había caído por un
barranco tras cruzar un túnel y que no se sabe qué milagro hizo que lograra
apartarme a tiempo cuando el coche estalló en llamas.
(c) Germán Zamorano
Ufff, terrorífico. Por razones personales, el último párrafo me resulta muy muy duro...pero enhorabuena por el relato. Muy vívido.
ResponderEliminarUn saludo :)
Muchas gracias por tus palabras, Explorador!
EliminarSiento que ese último párrafo haya despertado malos recuerdos.
Un saludo!