sábado, 8 de septiembre de 2012

Un lugar maldito (por Germán Zamorano)

Hospital de Wakefield, Massachusetts, marzo de 1919

Creo que llevas demasiado tiempo preocupado por mí. Lo sé por ese montón de cartas que se han acumulado en el recibidor de la casa. Acabo de leerlas, el enfermero me las trajo esta mañana.

Cuando en nuestro último encuentro me relataste esa increíble historia del viejo asesino, no pude resistir la tentación de ir a la escena y contemplar por mí mismo el lugar de los hechos. Estuve en la gasolinera donde esa carretera, castigada por el tiempo, se divide en dos, y el empleado me aconsejó que no tomase la dirección que un mes antes tú habías escogido. La leyenda está muy presente en la comarca, y los vecinos apenas se atreven a acercase a las inmediaciones de las ruinas o a adentrarse en los bosques cuando el sol se pone. No te imaginas lo impresionante del paisaje a la luz de la luna. Las sombras de los árboles cenicientos que crecen tras cruzar el túnel se vuelven sobrecogedoras...

La noche era fresca, y Orión se dibujaba desafiante en un cielo cuajado de estrellas. Entonces, se levantó un aire espantoso y la oscuridad cayó sobre los bosques como una bocanada surgida de las entrañas de la tierra. Aparecieron delgadas nubes, que parecían jirones de algodón empapados de agua, que ocultaron la luna tras su denso cortinaje, y una niebla espesa ocultó las formas haciendo que todo quedase convertido en un inmenso lienzo gris. Los faros del coche apenas iluminaban la carretera. Pensé que lo mejor sería parar y dormir hasta la mañana. Desperté sobresaltado cuando escuché el ruido del motor. Un coche se aproximaba. Toqué el claxon para llamar su atención. La niebla se había vuelto menos densa, y a lo lejos vi los faros que se aproximaban.  Salí a parar al conductor, sin embargo temblé hasta caerme de rodillas cuando al pasar junto a mí vi que eras tú quien conducías… ni siquiera recaíste en mi presencia.

Subí al coche, arranqué y pisé el acelerador a fondo, jugándome la vida en cada curva. Mi velocidad era muy superior a la tuya, y sin embargo no logré alcanzarte. La carretera terminó. No había rastro de ti ni de tu coche. Comencé a buscarte, llamándote a gritos y deambulando sin rumbo entre los árboles. Entonces lo vi: un montón de escombros en medio de un claro. Algunos muros aún se mantenían en pie, aunque la mayor parte de la casa se había derrumbado. Estaba allí, en el mismo lugar en el que tú habías estado un mes antes… ese lugar… ¡ese lugar está maldito! Todo se oscureció de repente. Una ligera brisa cargada de una fuerte pestilencia a podredumbre infestó el bosque. Todo enmudeció, y hasta las escasas florecillas violetas parecieron marchitarse. Y entonces el humo… de entre los escombros comenzó a surgir una columna de humo, y de entre el humo surgió su figura. Llevaba un mandil salpicado de sangre seca, y sus manos estaban manchadas de sangre y la sangre salpicaba su cara. Flotaba, flotaba a medio metro del suelo, entre el humo, ensangrentado, mirándome. ¡Todo era tan real! Salí corriendo. Tropecé. Caí. Subí al coche y aceleré. Pasé junto a un árbol cuyas retorcidas formas me sobrecogieron, y al rato volví a pasar junto a otro de similares características. El paisaje parecía no cambiar. Los árboles tomaban formas grotescas. Sus ramas se retorcían como si sufrieran de un horror insoportable. Estaba asustado. Aún siento escalofríos al recordarlo. No conseguía salir de allí, me movía en círculos. Paré el motor, reflexioné unos segundos y tomé otra dirección. Pensé que lo mejor sería conducir en línea recta, pero unos metros después volví a pasar junto al mismo árbol. Las huellas de los neumáticos se entrecruzaban una y mil veces. Paré de nuevo, traté de pensar… entonces escuché el claxon. Había otro coche, creí que eras tú, pero al acercarse no pude creer lo que veía: yo mismo conducía aquel coche que me iba a embestir, podía verme, en mi cara se dibujaba la locura, un horror más allá de lo indescriptible. Pasado y presente se fundían en el mismo instante… Después, la colisión. Y todo se volvió negro.

Desperté en esta cama, en el hospital de Wakefield. Tenía las manos y la cara vendadas. Me dijeron que había sufrido un accidente con el coche, que había caído por un barranco tras cruzar un túnel y que no se sabe qué milagro hizo que lograra apartarme a tiempo cuando el coche estalló en llamas.

(c) Germán Zamorano

2 comentarios:

  1. Ufff, terrorífico. Por razones personales, el último párrafo me resulta muy muy duro...pero enhorabuena por el relato. Muy vívido.

    Un saludo :)

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    1. Muchas gracias por tus palabras, Explorador!
      Siento que ese último párrafo haya despertado malos recuerdos.

      Un saludo!

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