viernes, 29 de junio de 2012
martes, 26 de junio de 2012
Exigua llama
Provenza, Francia, 1547
La noche está tranquila y muda, el cielo limpio y estrellado, las gentes dormidas e ignorantes de lo venidero. Un par de pies, peregrinos e inquietos, se deslizan hacia las entrañas de un gran caserón de las afueras.
-Nada debe creerse en vano. Nada ha de creerse nunca en vano.
El médico que a todos sana y ayuda musita palabras incognoscibles mientras llega al estudio. Cientos de objetos convierten la sala en un mundo de conocimientos. Astrolabios y espejos, inventos de hierro y madera, pergaminos y plumas, botes y frascos.
Francés, hebreo y latín se alían en su mente y cristalizan en misteriosos preludios. La luz temblorosa de las velas tiñe el lugar de dorado y carmesí. Hace frío, y de sus labios se escapan juguetonas volutas de vaho que poco a poco se extravían en el espacio hasta desaparecer.
Toma asiento ante un gastado escritorio de caoba y bronce. La moteada pluma de avutarda está preparada. El tintero espera anhelante para servir a su propósito. Hunde el extremo de la pluma en la negrura de la tinta. El pergamino recibe los primeros arañazos ante sus ojos apasionados.
De noche, sentado y en secreto estudio.
Tranquilo y solo, en la silla de bronce:
Exigua llama saliendo de la soledad,
Hace prosperar lo que no debe creerse en vano.
Permanece quieto durante unos instantes, leyendo sus propias palabras a sabiendas de todo cuanto aún quedaba por escribir. Será un enorme trabajo, se dice. Acerca de nuevo la pluma al pergamino, y escribe una sola frase más.
Soy yo, Michel de Notredame
El heraldo del saber de las sagradas esferas,
Y mediante mis palabras
Pasado, presente y futuro verán sus cimientos temblar.
(c) Irene Sanz
jueves, 21 de junio de 2012
El caminante ante el mar de nubes
Aquella desapacible mañana de mediados de noviembre mi amigo Caspar y yo hablábamos acaloradamente acerca de un nuevo cuadro. El lienzo aún continuaba tan blanco como su mente. Era triste verlo sobre el caballete, sin una historia que contar ni unos sentimientos que expresar. Después de muchas diatribas, Caspar, sin decir después una sola palabra más, me conminó a seguirle. Salimos de la ciudad envueltos en una bruma espesa, internándonos en unos campos en barbecho cuyo final la vista no me permitía alcanzar. Mientras caminábamos rumbo a aquel lugar que solamente él conocía tuve la extraña sensación de que aquel día sería memorable. Caspar llevaba consigo el caballete, el lienzo y la maleta con los óleos, la paleta y los pinceles. Me pregunté lo menos una docena de veces durante el trayecto qué era lo que se le había ocurrido. Pronto nuestras respiraciones fatigosas rompieron el silencio.
-Caspar, amigo mío, ¿adónde pretende llevarme?- me atreví a preguntar, incapaz de dominar mi curiosidad.
-A la inmortalidad- me contestó. Jamás una cuestión tan vanal había sido contestada de un modo tan trascendente.
Ascendimos riscos y bajamos pendientes, hasta que al fin frenamos en un precipicio, a cuyos pies un mar de niebla se movía como un ser vivo a merced de la brisa mañanera.
-Ahora, quédese quieto- me ordenó el pintor, parándose de repente tras de mí. Y el óleo comenzó a cantar.(c) Irene Sanz
domingo, 17 de junio de 2012
Historias de la guerra: sobre Inglaterra (por Germán Zamorano)
-¿Por
qué no me lo quieres contar, abuelo?
-Porque no hay nada que contar,
Isaac.
-Pero tú eres un héroe.
-Me lo ha dicho el tío.
-Te dije que no quería saberlo. Tu
tío tiene la lengua demasiado larga.
-¿Me lo vas a contar?
-Ya te he dicho que no tengo nada
que contarte.
-Pero el tío me ha dicho que tú
luchaste en la guerra, y que te enfrentaste…
-No hay nada de heroico en la
guerra, Isaac. La guerra siempre es un error. No deberían de existir las
guerras.
-Pero, abuelo…
-Verás, hijo, cuando despegábamos
nunca sabíamos qué iba a ocurrir. Yo era un poco mayor que tú, y tenía miedo.
-¿De qué tenías miedo? Los guerreros
nunca tienen miedo.
-Sí que lo tienen, Isaac. Solo los
temerarios no tienen miedo. Cuando despegabas nunca sabías si ibas a volver a
aterrizar. Podían ocurrir muchas cosas, y estábamos muy cansados. Conocí a
muchos pilotos que no fueron tan afortunados como yo. Al principio creían que
todo iba a ser fácil, pero los ingleses no nos lo pusieron sencillo, pelearon
con bravura por defenderse, y la batalla duró más de lo previsto. Había que
invadir Inglaterra a toda costa, pero para eso, primero teníamos que acabar con
su fuerza aérea. En Polonia y en Francia las cosas fueron bien, pero no sucedió
lo mismo en Inglaterra. Salíamos al ocultarse el sol y volábamos sobre el Canal
hasta llegar a las playas. Entonces nos disparaban…
-¿Te disparaban, abuelo? –pero el
abuelo ya no escucha. Tiene la mirada perdida, y una noche de humo y fuego
desplegada ante sus ojos.
-Teníamos que escoltar a los
bombarderos, no podíamos subir demasiado, ni ir muy rápido, lo que nos ponía en
desventaja. En el combate aéreo, la altitud y la velocidad son cruciales.
Cuando llegábamos, caían sobre nosotros como abejas enfurecidas. Entonces,
sonaban las sirenas antiaéreas y la macabra sinfonía de las bombas que seguía
al zumbido de la aviación, un enjambre despiadado que anunciaba una tormenta de
silbidos y explosiones a la que se unían el fuego y los escombros. Londres era
pasto de las llamas. Los almacenes y los edificios situados junto al río ardían
proyectando su ígneo resplandor sobre las aguas que fluían mansas en la noche.
Aquí y allá podían verse focos de fuego donde las bombas incendiarias, lanzadas
por nuestros bombarderos, habían impactado causando estragos en la capital
inglesa. Parecía de día. Las llamas iluminaban con tanta intensidad,
reflejándose en las nubes, que a veces parecía que el sol hubiese saltado de
repente la línea del horizonte para ser testigo de la estupidez de los hombres…
Veinte minutos, veinte largos minutos… Los cazas no tenían autonomía para mucho
más. Nuestro esfuerzo se concentraba en aguantar ese tiempo, dar cobertura a
los bombarderos mientras maniobrabas para evitar ser derribado y no chocar el
aire, y después, poner rumbo al sur y tratar de alejarte de aquel infierno. Si
lograbas regresar, permanecías en la pista, esperando, esperando a que
aterrizase el último de los nuestros. Y luego… luego contabas a todos los que
no lo habían conseguido.
Isaac tiene los ojos llenos de
lágrimas. El abuelo lo abraza.
-¿Ves? No hay nada de heroico en la
guerra, hijo.
(c) Germán Zamorano
martes, 12 de junio de 2012
Cantar al otoño
Otoño, que tintas mis cantares
de cobrizo, bermellón y plata,
que haces de mis bienes y pesares
cuentas de un collar de vidrio y nácar.
Otoño, que tiñes sentimientos
que tristes colores en concierto
haces cantar cada bello día.
Otoño, que mi ser coloreas
de dorado, negro y escarlata,
que a mi espíritu le balanceas
en tu cuna ocre y aperlada.
Otoño, segunda primavera
que al verde lo vistes de cobrizo,
que vuelves sibilina y certera
la mente del hombre huidizo.
Otoño, hogar de lluvia y viento,
de sol dorado y hojas bermellón,
acuna mis tristes pensamientos
en los brazos castaños del amor.
(c) Irene Sanz
(c) Irene Sanz
viernes, 8 de junio de 2012
Apocalipsis
El tiempo estaba como petrificado ese anochecer de finales de otoño. Los negros nubarrones sobre nuestras cabezas impedían ver el cielo. Algunos truenos lejanos parecían esconder otros sonidos menos reconocibles. Desde la terraza podíamos escuchar una especie de zumbido o siseo cavernoso proveniente de las nubes. Mi madre preguntó varias veces qué era lo que producía aquel sonido, pero nadie pudo contestarla.
Mi nombre es Lizzy, y por entonces vivía en Alabama. La hoy extinta Alabama. Como el resto de los estados. Era solo una niña, y como tal sentía fascinación y miedo al mismo tiempo hacia todas las cosas. Y aquel sonido me fascinaba y asustaba a la vez. Llegó un momento en el que los truenos se vieron silenciados. El zumbido llegó a inundarlo todo. Arrancaba escalofríos y removía estómagos. Había algo maligno en él, y todos lo sabíamos. Pero no podíamos hacer otra cosa, salvo esperar.

martes, 5 de junio de 2012
Juntos (por Germán Zamorano)
Gozaré del tiempo que me quede junto a ti
embriagándome con cada segundo que mi cuerpo
pase junto al tuyo,
pase junto al tuyo,
y burlaremos el destino, que es final,
y colmados de amor recorreremos el trágico camino.
Si hoy el sol decide no salir
nuestro amor dará calor a nuestras vidas,
y seremos almas de la noche
en una lucha ya perdida.
No me importa que el agua se evapore
y que arda la tierra ya gastada,
mientras arda en mi pecho tu recuerdo
tendré esperanza en el mañana.
(c) Germán Zamorano
viernes, 1 de junio de 2012
Canto de la Tierra
Vive, mi cielo, yo te veré,
ama, pequeño, como yo amé,
busca la luz y la eternidad,
los sentimientos y tu verdad,
ríe y sonríe por ser feliz,
que tu heredad no sea baladí.
Busca bondad y virtud sin par,
haz de tu ser un hermoso mar
donde los hombres limpien su mal,
donde se amen en vez de odiar,
bienes y luces, un bello hogar
has de otorgarles por bien amar.
(c) Irene Sanz
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