La tambaleante torre de gastados sillares grisáceos pareció amenazar con hundirse de un momento a otro. En realidad la magia de Meruhem era lo único que aún lograba mantenerla en pie. Por el chirriante suelo de tarima quedaron diseminados miles de diminutos cristalillos procedentes de las redomas rotas y de los frascos reventados. El humo azulino resultante del estallido comenzó a salir en algarazos por las cuatro ventanas de la cúspide del torreón.
-¡Señor Tingwell! ¿Se encuentra bien? -preguntó una preocupada voz al otro lado de la puerta del laboratorio. Era Deliverance. La pequeña y pelirroja Rhagonycha Deliverance, ayudante del hechicero desde que tenía uso de razón, lo cual no era demasiado teniendo en cuenta que tan solo contaba diez tiernas primaveras.

-Me encuentro perfectamente, mi querida Deliverance.
-¡Ha hecho usted añicos el laboratorio entero! -se lamentó la niña, mirando aprensivamente la alfombra de cristales rotos que cubría el suelo.
-¡Sí! -afirmó Meruhem en un tono más agudo que de costumbre-. ¡A cambio he hecho un descubrimiento sorprendente!
-¿De qué se trata?
-¡Mi maestro, Evestrum Linneo, tenía razón! ¡Ven! ¡Pasa!
Hizo entrar a la intrigada niña hasta el caótico interior de la sala, esquivando muebles destrozados y restos indefinidos de objetos que habían quedado reducidos a basura.
-¡Linneo fue un genio! Halló un potente explosivo a base de palpos maxilares pulverizados de sexpunctatum, veneno de víbora de cuerno, leche de eléboro y unas gotas de idroagira.
-¿Está seguro?
-¡Segurísimo! Él dejó escrito en uno de sus grimorios que el agua alcalina debía pasar previamente por un filtro hecho de óxido de silicio durante tres noches por medio de una bomba a batería. ¡Así lo hice! Tres noches sin pegar ojo, queridísima Deliverance, pero, ¡lo he logrado!
La niña se acercó con timidez al escritorio ennegrecido por la explosión, y Meruhem dejó escapar una risilla eufórica.

-¿Ha provocado una fisión nuclear con veneno de serpiente y antenas de insecto? -preguntó Deliverance, extasiada.
-¡Exacto, mi estimada pupila!
-¡Es fabuloso! ¡Me alegro mucho por usted! -le felicitó la joven, con una encantadora sonrisa pintada en su carita.
-¡Oh, qué gran día para la ciencia, Deliverance! ¡Qué gran día! ¡Imagina el poder que tendrá quien disponga de la fórmula de este explosivo!
Al instante toda su alegría se desvaneció cuando Deliverance dejó de sonreír. La celebración desapareció de golpe. El silencio se volvió aplastante y desolado.
-Es peligroso, señor Tingwell -opinó la jovencita, el semblante sombrío y los ojos tristes.
-Mucho, querida Deliverance -consideró Meruhem, tan repentinamente apenado como su candorosa pupila -. Nunca nadie debe conocer esta fórmula. Nadie. Nunca.
Deliverance bajó la mirada hasta clavarla en las gastadas punteras de sus zapatos.
-Hay que esconderla.
Meruhem asintió silenciosamente. Y es que ciertas cosas no todo el mundo debe saberlas.
(c) Irene Sanz
Es un relato original. Me ha gustado.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jose Enrique!!!! Un abrazo!!!
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