martes, 19 de febrero de 2013

Ahí, siempre ahí

Ahí, siempre ahí,
como un viento ingobernable
que revuelve mis ideas
y poco después desaparece.
Como el fulgor trémulo
de las estrellas, que rompen
el profundo negro de mi noche.
Como un petirrojo que vigila
y no es vigilado
sino por el cobre de su pecho.

Ahí, siempre ahí,
para hablarme
cuando otros callan.
Para abrazarme
cuando otros se marchan.
Para revivirme
cuando otros me matan.
Para sacarme
de los abismos de la tristeza
cuando otros me hunden en ellos.

Ahí, siempre ahí,
hecho de palabras y caricias,
de dulzura y poderío,
de templanza, luz y magia.
Hecho de fuerzas que me renuevan
y de besos que, aun lejanos,
llenan mi boca
de miel y sonrisas.

Ahí, siempre ahí,
un fuego tranquilo
que en lontananza
da brillo y calor.
El agua humilde del río
que ofrece calmar mi sed.
El pan sagrado
que aniquila mis pecados.
El lecho mudo
que a mi cuerpo espera
noche tras noche.

Ahí, siempre ahí,
y nos queremos,
cielo mío,
tú y yo.

(c) Irene Sanz